Bueno aquí os dejo realmente un articulo realmente curioso y…¡revelador sobre la realidad del comportamiento Hobbit! ¿Quién dijo que los Hobbits eran granjeros sebosos y apacibles? Después de haber leído lo de abajo atrancareis las puertas aterrados pensando que algún Hobbit pueda entrar en vuestros hogares, jajajajaja. http://rescepto.wordpress.com/2009/10/22/gandalf-y-el-comportamiento-berserker-de-los-hobbits/ El comportamiento berserker de los hobbits
“´¡Zarquino les voy a dar yo, ladrones, sucios, rufianes!´, ella dice, y arriba con el paraguas contra el Jefe, casi el doble de altura.”
Supongo que muy pocos habrán podido contener una sonrisa al leer este pasaje del saneamiento de la Comarca. La vieja Lobelia, ya centenaria, atacando paraguas en alto a los esbirros de Sarumán. Sin embargo, esta escena a la vez cómica y entrañable podría ser un indicio de la terrible verdad que sólo ahora, tras una ardua y concienzuda investigación por parte del smial de Edhellond, empieza a salir a la luz.
Y es que durante años hemos vivido en el engaño ante la auténtica naturaleza de los hobbits, esos seres diminutos y bonachones que quieren pintarnos en los relatos sobre la Tierra Media. Mas hay algo que no debemos olvidar, que es un hobbit quien guía nuestro viaje y es posible que tergiverse la realidad con tal de ocultarnos algo de lo que quizás se avergüence (recemos para que sus motivaciones sean tan inocentes): la pavorosa faceta oscura de los medianos, su comportamiento berserker.
Estoy seguro de que más de uno habrá sentido un dedo helado recorriendo su espinazo ante tal revelación. Si no es ese el caso tal vez se deba al desconocimiento de las implicaciones de este apelativo. A favor de estos últimos haremos un poco de historia. Según el American Heritage Dictionary, “berserker” es un “integrante de un antiguo pueblo de guerreros nórdicos legendarios por su salvajismo y su temerario furor en las batallas”. Tradicionalmente, se ha considerado a los enanos como el prototipo de berserker; guerreros imbuidos de furia asesina, atacando ajenos a cualquier noción de defensa, motivados únicamente por la destrucción de sus enemigos. ¡Ja! No les llegan ni al vello del empeine a los hobbits.
Tal vez podáis pensar que lo antecedente constituye una afirmación un tanto precipitada habida cuenta de las pruebas presentadas (después de todo, Lobelia nunca se caracterizó por su dulce carácter), pero hay más, mucho más. Seguidme en este descenso a los abismos del horror hobbit.
El Libro Rojo de la Frontera del Oeste, nuestra principal fuente de información respecto a los medianos, se centra fundamentalmente en cuatro hobbits, que a falta de nuevos ejemplos deberemos considerar prototípicos. Aunque el narrador se esfuerza denodadamente en ocultarnos su verdadera naturaleza (“Un hombrecito rollizo de mejillas rojas … más alto que algunos y más rubio que todos, y tiene un hoyuelo en la barbilla; un sujeto de cabeza erguida y ojos brillantes”), no consigue por entero su propósito, ya que aquí y allá, en momentos puntuales, asoma el monstruo que todo hobbit esconde. Veamos algunos ejemplos.
No es necesario avanzar mucho en la aventura para que aflore por primera vez el mencionado comportamiento berserker. En el capítulo 8, “Niebla en las quebradas de los túmulos”, puede leerse, referido al mismo hobbit descrito en el párrafo anterior:
“Pero el coraje que había despertado en él era ahora demasiado fuerte: no podía abandonar a sus amigos con tanta facilidad. Titubeó, la mano tanteando el bolsillo, y en seguida luchó de nuevo consigo mismo, mientras el brazo continuaba avanzando. De pronto ya no dudó, y echando mano a una espada corta que había junto a él, se arrodilló inclinándose sobre los cuerpos de sus compañeros. Alzó la espada y la descargó con fuerza sobre el brazo, cerca de la muñeca; la mano se desprendió, pero el arma voló en pedazos hasta la empuñadura.”
Las palabras claves son: “De pronto ya no dudó”. Ellas marcan el instante en que la furia berserker hace acto de aparición. Lo que sigue es inevitable: un golpe salvajemente violento que cercena el brazo del enemigo e incluso destroza el arma empleada. Estas transiciones bruscas de la inmovilidad al ataque furibundo son frecuentes entre los hobbits. Basta con considerar otro momento, algo más adelante en la narración, en la cámara de Mazarbul, cuando un troll pretende acceder a la cámara de los registros pese a la infructuosa oposición de Boromir:
“De pronto, y algo sorprendido pues no se reconocía a sí mismo, Frodo sintió que una cólera ardiente le inflamaba el corazón.
—¡La Comarca! —gritó, y saltando al lado de Boromir se inclinó y descargó a Dardo contra el pie.”
Aquí el narrador, seguramente arrastrado por el tono épico de la escena, se muestra más descuidado y nos ofrece una descripción casi perfecta de un hobbit cayendo en estado berserker: “no se reconocía a sí mismo”, “cólera ardiente”… irrefutable. No es ésta, sin embargo, la única ocasión en que se nos muestra a Frodo tal cual es. Cuando la situación lo requiere, el leve barniz de civilización se desvanece y sólo queda la furia primordial para resolver la situación, como en el antro de Ella-Laraña:
“Y entonces a Frodo se le inflamó el corazón dentro del pecho, y sin pensar en lo que hacía, fuera locura, desesperación o coraje, tomó la Redoma en la mano izquierda, y con la derecha desenvainó la espada.”
El lector suspicaz podría en este momento pensar: “Bueno, un árbol no hace bosque. Es posible que Frodo fuera un hobbit desequilibrado, pero su comportamiento no debería bastar para juzgar a toda una raza pacífica”. Lo cierto es que Frodo es un mediano modélico. Al menos si lo comparamos con sus pendencieros primos, Peregrín Tuk y Meriadoc Brandigamo.
Pensemos por ejemplo en la siguiente escena. Los dos hobbits han sido derrotados y vapuleados, y están siendo arrastrados a través de medio Rohan por una panda de embrutecidos Uruk-hai. ¿Cuáles podrían ser los pensamientos de un ser normal en tales circunstancias? No, desde luego, los del ínclito Pippin:
“Se pusieron a aullar entonces, y docenas de otras bestias salieron de entre los árboles. Merry y él habían echado mano a las espadas, pero los orcos no querían luchar y sólo intentaron apoderarse de ellos, aun cuando Merry ya había cortado muchos brazos y manos. ¡Buen viejo Merry!”
Aterrador. Docenas de bestias y a los dos micromachines sólo se les ocurre echar mano a las espadas. ¡Y se muestra decepcionado porque los orcos habían rehuido la lucha! El final del extracto es igualmente esclarecedor: “¡Buen viejo Merry!” Una muestra de respeto hacia el guerrero temerario, tan propia de las culturas nórdicas.
Tras la visita de estos dos personajes a Bárbol su locura crece pareja con su estatura, dando una y otra vez muestras de estar perdiendo las inhibiciones que han protegido al resto de las razas de la furia hobbit, tal y como afirma crípticamente Aragorn en el concilio de Elrond: “‘Trancos’ soy para un hombre gordo que vive a menos de una jornada de ciertos enemigos que le helarían el corazón, o devastarían la aldea, si no montáramos guardia día y noche.”
Tras minuciosas investigaciones hemos alcanzado la conclusión de que la vigilancia de los montaraces y la reclusión no bastan para explicar el adormecimiento de los terribles instintos asesinos de los hobbits. Es necesario algo más, algo que mantenga su mente alejada de la llamada de la sangre, algo que constituya una mayor dependencia que la adrenalina corriendo como fuego líquido por sus venas, indudablemente, la hierba para pipa.
¿Nunca os habéis preguntado por qué no se nos relata con mayor detalle la destrucción de Isengard? Desde luego, los ents parecen muy duros pero… ¿no creéis que dada su naturaleza parsimoniosa les hubiera costado mucho más acabar con Isengard? ¿No resulta una explicación más plausible para tanto caos un par de medianos berserkers con mono de tabaco?
Para cuando llegan Théoden y sus hombres todo ha concluido, los hobbits han conseguido su hierba y nada revela su auténtica naturaleza: “Si el Gran Mar hubiese montado en cólera y una tormenta se hubiese abatido sobre las colinas, no habría podido provocar una ruina semejante. [...] Y allí, muy cerca, vieron un gran montón de escombros; y de pronto repararon en dos pequeñas figuras plácidamente sentadas sobre los escombros, [...] Uno parecía dormir; el otro, con las piernas cruzadas y los brazos en la nuca, se apoyaba contra una roca y echaba por la boca volutas y anillos de tenue humo azul.”
Pese a todos su esfuerzos, un tigre no queda del todo camuflado bajo una piel de cordero, y los sabios gobernantes de Rohan y Gondor son capaces de percibir el potencial militar de nuestros pequeños monstruos y se los reparten para sus respectivos ejércitos; algo que resulta providencial de cara al resultado final de la guerra.
Merry, sin ir más lejos, se encarga de atacar al mismísimo Rey Brujo, de quien todo ser viviente huye aterrorizado, dejándolo en un estado tal que Éowyn tan sólo tiene que rematarlo. Y, tras ser llevado a las Casas de Curación, ¿qué creéis que es lo primero que solicita? “Entonces, ante todo quisiera cenar, y luego fumarme una pipa.” Demasiadas emociones, sin duda, la furia de la guerra le invade y siente la necesidad de aplacarla con narcóticos vapores de galenas.
Desde ese mismo instante Pippin siente que está perdiendo la carrera por ser el guerrero más poderoso y arde en deseos de partir a la guerra contra las huestes de Mordor. Prestemos atención al siguiente discurso: “Si pudiera herir con ella a ese Emisario inmundo, al menos quedaríamos iguales, el viejo Merry y yo. Bueno, destruiré a unos cuantos de esa ralea maldita ,antes del fin.” ¡Hey, hey, hey! Rebobinemos. ¿Unos cuantos? ¿Me está haciendo creer que un mequetrefe que apenas pasa un palmo del metro está pensando en destruir a “unos cuantos” de entre los poderosos guerreros de Sauron? ¡Y lo dice como si fuera el premio de consolación! ¡Talmente como si fuera lo mínimo que se pudiera exigir!
Todo se vuelve aun más increíble cuando nos fijamos en el tipo de enemigos a los que se enfrenta: orcos y, entre ellos, “una gran compañía de trolls de las montañas”. ¿Acaso la naturaleza del contrincante arredra al Tuk? Ni por asomo. Cuando el jefe de las criaturas abate a Beregond, el estado berserker posee al hobbit como un espíritu de venganza y “Pippin lanzó una estocada hacia arriba, y la hoja del Oesternesse atravesó la membrana coriácea y penetró en los órganos; y la sangre negra manó a borbotones.” ¡Qué gran imagen! El temible troll “más alto y corpulento que un Hombre” y el pequeño hobbit bajo él, recibiendo sobre el rostro, entre carcajadas, la cálida vida que se escapa de su enemigo.
La escena ya es de por sí esclarecedora pero, además, en esta ocasión el narrador de los hechos no se muestra tan cauto, dejando entrever parte de lo que realmente aconteció al referirnos el rescate de Pippin: “Sin Gimli el Enano, te habrías perdido. Pero ahora al menos sé reconocer el pie de un hobbit, aunque sea la única cosa visible en medio de un montón de cadáveres.” ¡Ajá! ¿Con que un solo troll? ¡Nada de eso! Una Montaña de Cadáveres, ni más ni menos. Y Peregrín Tuk justo en su centro. ¡Ah, de qué gran batalla hubiéramos disfrutado de no haber mediado la autocensura!
En fin, que hasta “en el corazón del más gordo y tímido de los hobbits anida una chispa de coraje.”. Hasta este momento habíamos dejado a Sam de lado, era nuestra última oportunidad de conservar con nosotros la amable imagen tradicional de los medianos. Mucho me temo que tendré que derribar también ese último reducto de esperanza, para mostrar la verdad en toda su crudeza.
“Sam no perdió el tiempo en preguntarse qué convenía hacer, o si lo que sentía era coraje, lealtad o furia. Se abalanzó con un grito y recogió con la mano izquierda la espada de Frodo. Luego atacó. Jamás se vio ataque más feroz en el mundo salvaje de las bestias [...] Pero antes de que llegara a advertir que la furia de este enemigo era mil veces superior a todas las que conociera en años incontables, la espada centelleante le mordió el pie y amputó la garra.”
“Mil veces superior”. Creo que esto lo dice todo. No es una mera exageración, es una estimación objetiva, una furia mil veces superior a la de cualquier orco, hombre o elfo, “Ni el más valiente de los soldados de la antigua Gondor, ni el más salvaje de los orcos atrapados en la tela”, la furia de un hobbit berserker.
El instinto asesino de Sam no distingue entre arañas gigantes o simples hobbits demacrados:
“La furia desencadenada por la traición, y la desesperación de verse retenido en un momento en que Frodo corría un peligro mortal, dotaron a Sam de improviso de una energía y una violencia que Gollum jamás habría sospechado en aquel hobbit a quien consideraba torpe y estúpido”, un error en el que cualquiera podríamos incurrir; un grave error, como comprobaría Gollum poco después. “Sam lo persiguió, espada en mano. Por el momento, salvo la furia roja que le había invadido el cerebro, y el deseo de matar a Gollum se había olvidado de todo.” Ahí está de nuevo, la niebla roja que ofusca la mente de un berserker y lo lanza a la batalla sin otras consideraciones.
Llega la hora de finalizar este estremecedor documento. Aun así, no me gustaría hacerlo sin estar seguro de que ha quedado suficientemente claro el terrible peligro que acecha tras los mofletudos rostros de los medianos. Por si aún hubiera alguien duro de mollera, empeñado en sostener que todo lo que hemos presentado no son sino desviaciones aberrantes de la habitualmente apacible conducta hobbit, sirvan estos extractos de “El Saneamiento de la Comarca” para sacarlo de su ceguera y llevarlo a la implacable luz de la verdad. Frodo, Sam, Merry y Pippin han vuelto de la guerra, sólo para encontrar su querida Comarca ocupada por los hombres de Zarquino. La situación hubiera podido ser desesperada, de no darse la siguiente circunstancia:
“—Bueno, ¿qué les parece si fumamos un poco mientras nos cuentan las novedades de la Comarca? —dijo.
—No hay hierba para pipa ahora —dijo Hob—; y la que hay, se la han guardado los Hombres del Jefe.”
Uuuuhhhhh, no saben lo que han hecho. Esa hierba es lo único que mantiene a los hobbits del lado correcto de la imprecisa frontera entre la cordura y el salvajismo. Nuestros… ¿héroes? empiezan a percibir el inicio de la transformación:
“—Si oigo decir varias veces más no está permitido —dijo Sam—, estallaré de furia.
—No lamentaría verlo, te lo aseguro —dijo Robin bajando la voz—. Si todos juntos estalláramos de furia alguna vez, algo se podría hacer.”
La tragedia estaba preparada ya que el jefe de los bandidos nada sabía del comportamiento berserker de los hobbits: “Conocía poco y mal a los hobbits para darse cuenta del peligro en que se encontraba.” Así, los rufianes son acorralados y comienza la matanza:
“—No irán muy lejos —dijo Pippin—. Todos estos campos están llenos de cazadores hobbits.
Atrás, los hombres atrapados en el sendero, trataban de escalar la barricada y las barrancas, y los hobbits tuvieron que matar a unos cuantos, con las flechas o con las hachas.”
Todo termina pronto, con la previsible derrota de aquellos que, al fin y al cabo, no son más que hombres, incapaces de resistir la furia desatada de los medianos:
“Al fin la batalla terminó. Casi setenta bandidos yacían sin vida en el campo, y doce habían sido tomados prisioneros. Entre los hobbits hubo diecinueve muertos y unos treinta heridos.”
Sí, la batalla terminó pero… ¿vendrán otras? Tras siglos de confinamiento los hobbits vuelven a ser conscientes de su poder. Han saboreado de nuevo el manjar de la guerra y las maquinaciones de Zarquino les han sometido a un proceso de desintoxicación de la hierba que lograba, mal que bien, encadenar el animal salvaje que llevan dentro. Los pueblos libres ya no podrán dormir en paz por las noches, sabiendo que en cualquier momento una horda de hobbits berserkers pueden irrumpir en sus vidas, sembrando el caos y la destrucción.
El rey Elessar, en el 1427 (según el calendario de la Comarca), en su infinita sabiduría, “promulga un edicto por el que se les prohíbe a los Hombres entrar en la Comarca” e intenta comprar la paz a base de concesiones políticas: “1434. Hace del Thain, el Señor y el Alcalde, Consejeros del Reino del Norte”. Él mismo no se atreve a quebrantar su propio edicto cuando, en el 1436, “llega al Puente del Brandivino y saluda allí a sus amigos”. No debe tranquilizarle mucho lo que ve (o lo que oye), pues prosigue cediendo favores ante la amenaza hobbit. “1452. La Frontera Occidental, desde Quebradas Lejanas hasta las Colinas de la Torre (Emyn Beraid), se suma a la Comarca como regalo del Rey. Muchos hobbits se mudan allí”.
Gondor se está quedando poco a poco sin espacio para seguir retrocediendo, los elfos han huido más allá del mar (sin saber que primero Frodo y luego Sam, parten al oeste para terminar de atar ese “cabo suelto”) y Rohan, que conoce de antiguo las terribles leyendas sobre los Holbytla, contempla el futuro con temor. Se hace imperiosa la presencia de un héroe capaz de conjurar el peligro. Alguien con experiencia en este tipo de asuntos y que ya probara su eficacia antaño, manteniendo a raya a los elementos más peligrosos enfrentándolos con pequeños retos para saciar su ansía de lucha.
¡Gandalf!¡Gandalf! ¿Dónde estás cuando de verdad se te necesita?
¡Gandalf!¡Gandalf! ¿Dónde estás cuando de verdad se te necesita?
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