Prometí creo recordar en la penúltima entrada del blog que publicaría algún que otro relato que escribí relacionado con el mundo creado por el gran Tolkien y aquí estoy con el bicho revolviéndose de mis brazos. Advertir que aunque el relato este inspirado en algunas cosas del universo de Tolkien mi estilo no tiene nada que ver con el gran genio. Simplemente es un relato creado con el afán de querer Tierra Media por todas partes que me dio y que aun me sigue dando en contadas ocasiones. Por lo que pido disculpas si mi relato os pueda parecer mediocre y decepcionante. Sí no es así espero que os haya gustado y qué por supuesto me comentéis ( vamos como soy tan masoca comentadme aunque nos haya gustado el relato) XD.
Los botes surcaban las negras aguas del Andurin propulsados por los fuertes brazos de los hombres de Gondor que asían los remos en aquella noche sin Luna. El ambiente que reinaba en los botes era de calma, clama tensa. Una calma impuesta por la empresa que tenían que llevar aquellos hombres que habían sido marcados con el apelativo de cobardes y de corazones poco animosos. Eran poco menos que un millar escaso de hombres que se disponían a tomar los fortificados muros de Cair Andros que habían sido arrebatados a Gondor por la escoria de Mordor. Era la hora de la revancha. ¿Pero podían tomar aquellos hombres que ni siquiera habían podido acompañar a los Capitanes del Oeste hasta la Puerta Negra tomar aquella isla fortificada en la que se ocultaban un número indeterminados de enemigos? Borlas estaba convencido de aquello, no tenían otra alternativa si querían limpiar su honor manchado y volver con la cabeza bien alta a las tierras libres de Gondor. Para eso estaba Borlas, se dijo para sí el propio Borlas. Había sido un golpe muy duro para Aragorn como para los capitanes de la expedición el ver como parte del ejercito se había negado a avanzar más, presa de un terror y un pavor sin igual por lo que se iban a encontrar enfrente de la Puerta Negra. Los mismos hombres que ahora remaban con decisión hacía Cair Andros se habían negado a seguir avanzando. Aragorn lejos de montar en cólera como lo hubiese hecho otro capitán los había despedido con indulgencia, sin reproches pero pidiéndoles que tomasen Cair Andros, una empresa que sí estaba en sus manos. Los hombres habían accedido animados ante aquella perspectiva que se les antojaba más exitosa. Aragorn quería que realmente tuviese éxito aquella empresa, pues comprendía que si Frodo tuviese éxito en su empresa Sauron desaparecería, pero sus fuerzas seguirían ahí, en la Tierra Media, dispersas sin rumbo y no quería tener un último bastión en las Tierras de Gondor. Por eso había rogado a Borlas que se uniese al grupo de hombres que se marchaban para que los guiase con éxito en aquella empresa.
-Borlas, se que en tu corazón arde una llama lo veo en tus ojos. Pero necesito alejarte de la puerta negra, pues necesito que si vencemos al señor oscuro Cair Andros este libre. Necesitamos que no quede ningún enemigo dentro de Gondor. Te lo pido no como soberano, que aun no lo soy y eso pende de la voluntad de las gentes de Gondor, sino como un hombre que pide un favor a otro.
Borlas se aferraba a aquellas palabras de Aragorn. A pesar de la oscuridad reinante que envolvía a todo el Andurin Borlas y sus hombres pudieron ver las siluetas de la isla que se encontraba a varios cientos de metros gracias a las hogueras prendidas por el enemigo para calentarse. Borlas traga saliva. Mira la espada que tiene a uno de sus costados. La misma espada con la que sesgo muchas vidas de orcos en los campos del Pelennor cuando desembarco con Aragorn en los puertos cercanos a la ciudad de Minas Tirith. Vidas de enemigos, sí y entre esas vidas las de hombres también. Aquello le repugnaba. Hombres contra hombres. Le parecía antinatural, una cruel broma macabra del destino o de los propios Valar. Ninguna raza de la Tierra Media se enfrentaba contra sus semejantes. O al menos no la hacían ni las razas de Enanos ni de Elfos. Pero el hombre tenía dentro de su ser algo que le llevaba a ver algo atractivo en la oscuridad del mal. Borlas meneo la cabeza intentándose quitar aquellos pensamientos que le atormentaban ahora. Debía de tener la cabeza totalmente despejada.
Unos sureños hacían guardia cerca de una hoguera próxima a una empalizada construida con una mezcla de barro y troncos. Aquella tosca construcción improvisada sustituía a uno de los muros de piedra que componía un fortín cercano a la punta de Cair Andros. Los sureños eran unos cinco y conversaban con autentica añoranza sobre sus tierras de procedencia. Sabían sin embargo que aun quedaba mucho por qué hacer en aquella guerra en la que luchaban al lado de Mordor. No soportaban la presencia de los orcos a su lado, pues les perturbaba el olor de estos y las costumbres tan extrañas que tenían. Sim embargo luchaban a lado de estos porque Sauron, el gran espíritu que gobernaba Mordor había azuzado a los lideres sureños con el temor del cruel yugo de Gondor que antaño habían tenido que sufrir Harad. Y aquel yugo opresor parecía que se volvía agitar por lo que había dicho Sauron. Debían de atacar primero ellos antes que Gondor se pasease matando y quemando por todo el Harad. Y con aquella convicción de que actuaban por sus familias era lo que hacían que aquellos 5 hombres estuviesen hablando mientras un orco los contemplaba con cara soñolienta. Aquel orco estaba al mando al igual que otros de su especie a cargo de Cair Andros desde qué habían huido de las espadas de los jinetes de cabellera rubia que los perseguía sin tregua después del sitio a la gran ciudad de piedra. El orco se aburría sobremanera mente en aquella isla apartada del peligro de la guerra. Y la verdad era que no le importaba estar ahí aburrido con aquellos imbéciles de raza humana que en los peligrosos llanos muriendo por Sauron y los oscuros encapuchados.
Pero el sosiego que disfrutaba el orco fue roto en forma de una flecha de penacho azul que se le atravesó con gran fuerza la garganta echándolo para atrás. Los oscuros ojos de los sureños apenas comprendían lo que estaba ocurriendo en aquel momento cuando una lluvia de flechas los atravesó a todos. De entre la oscuridad nocturna aparecieron cientos de hombres con arcos y espadas provenientes del Andurin.
-Tened sumo cuidado en donde poséis vuestros pies- dijo Borlas mientras se acercaba al grupo de sureños que habían aniquilado. La sangre manaba de las astas clavadas en los cuerpos de los hombres. E incluso pudo ver gracias a un resplandor de las llamas de la hoguera el rostro de un hombre de tez morena. Una cara dueña de unos ojos crispados en un último momento antes de morir. Pero a pesar de las flechas, aun quedaban dos hombres agonizantes que se removían en el suelo.
-Ahorradles el sufrimiento- dijo Borlas a dos de sus hombres que enseguida se encaminaron y con sus dagas rebanaron los cuellos de aquellos infelices que se ahogaron en un mar de sangre. Borlas quito la vista asqueado de aquella escena.
Ordeno el capitán que se agacharan y esperasen al grueso de las fuerzas que venían detrás. Bien, todo el plan parecía transcurrir sin ningún contratiempo. Aun las sombras jugaban a su favor. Las sombras. Borlas no podía evitar pensar en aquellos momentos que la misma oscuridad que el señor de Mordor había utilizado tantas veces contra Gondor ahora les serviría a ellos para barrer a sus huestes. Miro hacia atrás. Todos sus hombres ya habían llegado hasta dónde estaba el y la vanguardia. Alzo la espada hacía un grupo de sus hombres y les indico una parte de la fortaleza donde estaban. Vio como aquellos hombres se dirigían hacía el edificio del fortín. Se levanto por completo en aquella noche oscura y espero atento. Pudo escuchar como en unos minutos dentro del edificio estallaba una refriega intensa. Entonces levanto su espada y la dejo caer de sopetón mientras que sus pies empezaban a moverse con gran velocidad. No miro hacia atrás para comprobar si sus hombres le seguían, solo presto atención en salir cuanto antes de aquella fortificación y salir al exterior. Los frenéticos pies de Borlas pisaban cascotes que se interponían a su paso. Salío finalmente al exterior pero no se detuvo enseguida sino que se alejo un poco del muro de la fortificación por donde había salido. Detrás de Borlas salían como vomitados por el hueco de la puerta cientos de hombres. Aun el enemigo no se había percatado de la presencia de los hombres del Oeste en la isla. Era el último momento de paz antes de empezar una velada sangrienta.
Borlas se da la vuelta y mira a sus hombres. Los mira a los ojos evaluando su coraje y su arrojo. Y ve tanto rostros de arrojo como otros no tan decididos.
-Hombres de los mil y un rincones de Gondor, amigos y compatriotas oídme bien atentos todos, os lo ruego. Hace solo unos días nos dirigíamos hacía la puerta negra de Mordor. Sin embargo vuestros corazones temblaron en la hora precisa que el valor y el coraje os llamaba- Borlas callo un instante. Miro los semblantes que tenía frente a si. Los hombres permanecían en silencio y algunos bajaban las cabezas ante las palabras de Borlas.- Temblasteis en la hora precisa que las trompetas del valor os llamaba. Os negasteis a seguir andando hacía Mordor. Hacía la mismísima muerte. Una muerte que tal vez hubiese segado vuestras almas uno a uno ¿Pero decidme quién no teme a la misma muerte?- Muchos hombres asentían con las cabezas ante aquella nueva pausa- ¿Quién no teme a la mismísima muerte? Os pregunto hombres de Gondor. Todos sin excepción tememos el no volver a nuestros hogares, a nuestras labores del día a día. Por qué de los presentes aquí la mayoría habéis cogido las armas porque vuestros señores naturales y vuestra tierra así lo han necesitado en esta hora difícil. Pero no, no habéis nacido guerreros. Habéis nacido siendo mozos, siervos, campesinos, artesanos, granjeros, carpinteros, villanos y demás. Lo único que sabéis de armas es a sujetarlas y en algunos casos hasta un niño la sujetaría mejor que vosotros- algunos rostros sonrieron.- Como os digo no habéis nacido siendo guerreros. De lo contrario hoy estaríamos ante la puerta negra de Mordor. Pero yo os digo, a todos desde el más vil de nacimiento al más noble de cuna, os digo que todo hombre que tiene corazón, todo hombre que le circule sangre por sus venas está llamado a ser un guerrero. Esta llamado a proteger no solo su vida, sino también las de sus amigos, las de sus familiares y el recuerdo de sus antepasados que hoyaron y trabajar estas tierras antes que ellos. Es guerrero todo aquel hombre que lucha por su hacienda y por el amor de una mujer. Es guerrero aquel que aunque tema la muerte y le perturbe en las pesadillas más tenebrosas y aciagas se enfrenta a ella para vencerla. Se enfrenta ante la muerte por algo. Por un sueño, por una familia, por una tierra en la que trabajar, por legar la tierra de sus antepasados a sus hijos. Entonces decidme, decidme tos ¿acaso no estamos hoy por eso aquí? ¡¿Acaso eso no os convierte en guerreros? ¿En vuestras venas no bulle el deseo por el retornar a un hogar libre de un señor de pesadilla, de Sauron?! Pero si no hay hombres así os convino a marchar lejos, al mismísimo fin del mundo porque entonces ni los vuestros podrán aguantar vuestra presencia y es más preferirán la compañía de un cerdo antes que la vuestra. Pues hoy no hay cabida para los corazones blandos, hoy solo hay cabida para pelear por todo lo anterior que os he dicho y que vuestro corazón ve justo. ¿Qué me decís? ¡Hablad!
Los hombres levantaron las armas en alto y de las gargantas de aquellos cientos de hombres brotaban gritos que retaban a las sombras.
-Entonces sí estáis dispuestos vayamos a arrasar al enemigo invasor, limpiemos nuestro honor, luchemos todos codo con codo como hermanos. Por qué todo aquel que mezcle su sangre con la mía por muy vil que sea este será para mí como un hermano. ¡Por Gondor!- Mientras Borlas gritaba esto último se giro sin aviso previo y se dirigió hacia el interior de Cair Andros impregnado de las propias palabras de su discurso. Y así también le siguieron los 1000 hombres con un rugido atronador que lleno de pavor al desprevenido enemigo.
La hueste de Gondor se abrió en abanico buscando enemigos que abatir. Y muy pronto la noche se lleno de la melodía chirriante de los aceros impactando unos contra otros. Las cimitarras orcas y las largas espadas sureñas enseguida caían de las manos de sus dueños ante el ardor de aquellos hombres que volcaban su miedo en ellos. Volcaban también sobre la hueste de Sauron el deseo de limpiar su honor. El suelo empezó a impregnarse de rojo a causa de los ríos de sangre que manaban de los caidos en combate. La lucha pronto se alejo de las edificaciones de la isla para concentrarse entorno a las arboladas que había por todo el islote. Los troncos de los arboles era el ultimo respaldo para los moribundos antes de que estos recostados en sus troncos llenos de heridas muriesen. Pronto una gran masa de orcos y hombres se concentraron delante de los hombres de Gondor. Era una masa en la que se mezclaban rostros repulsivos y desesperados con otros semblantes morenos cargados de pavor ante la llama que ardía en los ojos de los oponentes que tenían frente así. Los arqueros Gondorianos empezaron a disparar a la enorme concentración inmóvil de hombres y sureños que había. Los alaridos se escuchaban por toda la desordenada formación enemiga. Los arqueros de Gondor solo tenían que disparar, ni tan siquiera apuntar ya que la flecha encontraba un blanco en aquella concentración tan apretada.
Pero la desesperación cuando se apodera de los orcos es la peor arma que puede arrojar estas criaturas contra sus oponentes. Y viendo los orcos como los gondorianos simplemente se limitaban a matarlos a flechazos muchos orcos empezaron a abalanzarse sobre las fuerzas del Oeste seguidos de otros orcos que los imitaban. Los arcos callaron y las flechas no volvieron a silbar otra vez durante aquella noche. Era una vez más el turno de las manos y del acero templado.
Se luchaba a la desesperada, palmo a Palmo. Y aunque la envestida inicial de los orcos había no solo hecho retroceder a los gondorianos sino abrir un hueco en el centro de su formación esto había cambiado al instante contrarrestado por el valor de los gondorianos. Los sureños luchaban como mejor sabían pero luchaban lejos de sus casas y sus familias. Comprendían algunos cual sería el resultado final de la batalla. Pero no podían dejar de luchar ya que la contienda era encarnizada y el rendirse en aquella vorágine suponía una muerte segura.
La oscura noche se tiño con los oscuros cantos de la desesperación y la muerte de humanos de uno y otro bando. Se tiño con los últimos rugidos de odio del orco abatido.
Borlas sentía entumecido su brazo izquierdo a causa de un golpe brutal recibido por un orco herido que había echo que el escudo de madera reforzado en chapa quedase totalmente inútil en el suelo encharcado de sangre. Pero la lucha seguía. De pronto en el camino de Borlas apareció un sureño de bruñida y brillante armadura sujetando en una mano una larga lanza teñida de rojo intenso y en la otra mano sujetaba con vigor un pesado y redondeado escudo chapado en oro. El sureño se precipito con su lanza presta para aguijonear a Borlas, pero Borlas esquivo ágilmente al sureño mordiendo la lanza el suelo. Borlas se dio la vuelta mientras el sureño intentaba por todos los medios pero sin éxito alguno desclavar la lanza que tan tercamente mordía la tierra. El brazo de Borlas se levanto en dirección al sureño y con el brazo el mortífero acero que se estrello con estrepito en el casco del rival. Pero la espada se hizo añicos de la fuerza del impacto y la empuñadura solo quedo de ella rastro en la mano de Borlas. El sureño se tambaleo a causa del feroz impacto y Borlas le dio una patada. El cuerpo del sureño jamás se volvió a levantar ya que en una parte del cuello descubierto se había clavado una punta de lanza abandonada clavada en el suelo. Borlas miro en rededor en busca de algo con lo que seguir peleando, hasta que encontró un cadáver de uno de sus hombres que aun aferraba una espada. Se agacho para tomar la espada, pero un orco cayó sobre el apuñalándole el hombro. Un grito se escapo de la garganta del capitán ante el inesperado desgarro que sacudía de dolor su cuerpo. El orco se levanto de encima del Borlas y empuñando en la otra mano una espada se dispuso a trinchar a Borlas como si se tratase de un ave dispuesto en la mesa. Borlas agarro la espada que descansaba en el cadáver y la levanto en el justo instante que el orco se volvía a disponer a atacar con la daga en una mano y la espada en el otro. Desgarro el hombre el cuello del orco y enseguida una lluvia espesa y negra le salpico por toda la cara. El cuerpo del orco cayó de rodillas ante Borlas vencido a un lado del capitán. Borlas se limpio la sangre que le cubría el rostro. Intento recordar cuantos enemigos había abatido, pero los números de los caídos ante la fuerza y la destreza de Borlas se había difuminado en la mente del hombre. En ese momento se dio cuenta que en el cielo los tonos oscuros que abrigaba la noche al mundo se iban deshaciendo en guijarros de luz. Quedaba poco para amanecer. Para la victoria. Las huestes de Sauron rompieron en ese momento a correr, entre orcos y hombres hubo quien se arrojo a las aguas del Andurin huyendo del destino de muerte que les aguardaba.
Borlas aspiro el frio aire de aquella futura mañana cargada de gloria y honor. Era un momento dulce. En pocos minutos la matanza, pues ya no era batalla, el enemigo se rendía por doquier y los que aun resistían eran arrasados.
Pero el mismo aire que Borlas metía en su pecho trajo con él una flecha. Una flecha de penacho negro que se escapo del arco de un arquero orco que tiro a la desesperada contra sus oponentes que le cercaban. Pero la flecha había pasado sin tan siquiera rasguñar a sus verdaderos objetivos. Sin embargo se encamino hacía Borlas. Un Borlas con los ojos cerrados que pensaba en retornar a su hogar. Un Borlas que en ese momento no veía la flecha que venía hacía el, sino las embravecidas olas que regían y golpeaba la costa de su tierra. Oyó las gaviotas de su lejana tierra y sin embargo no hoyo como la flecha penetro desgarrando su ropa hasta conseguir cobrarse el trofeo último: el corazón. Y en ese mismo momento Borlas abrió los ojos. Pero no vio como los soldados que estaban cerca se volvieron para ver con ojos atónitos como aquel hombre que los había conducido a lavar su deshonor caía de espaldas. No, no vio Borlas a aquellos hombres. Solo vio un rojo intenso que se había apoderado del mundo. Hacía unos minutos su boca había tenido sed, ahora se estaba saciando con el dulce y a la vez salado gusto de su propia sangre que le salía por borbotones de la boca. No comprendía todo lo que pasaba. Borlas no lo entendió al principio. Poco a poco el corazón se fue parando. La mente de Borlas se fue alejando de todo lo que le rodeaba. Oía como las olas golpeaban contra el casco de una nave. No recordaba donde había estado hacía unos minutos antes. Pero al oír aquel estruendo de las aguas golpeando el casco de la nave se imagino que estaba en aquel barco rumbo a otras costas. El espíritu de Borlas se sintió en paz. Pues de pronto recordó donde había estado antes. Había cumplido la palabra dada a Aragorn de tomar Cair Andros. Había lavado la deshonra de aquellos hombres. El, Borlas había participado en mejorar el mundo que le rodeaba aunque fuera como un pequeño grano de arena en la formación de una inmensa playa.
Y así Borlas partió a las estancias de Mandos en la hora de su gloria, sin saber que un día después Sauron sería destruido. Y aunque su nombre fue un grano de arena entre muchos otros en la Guerra del Anillo su nombre y su valor no solo fueron recordados sino reverenciado por los hombres que había llevado a la victoria durante aquella noche tan ardua en Cair Andros, el navío. Y corre la historia que los restos de Borlas fueron repartidos entre la tierra que le vio nacer y crecer y en el último lugar dónde los trabajos que se impuso terminaron.
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